REGALO DE AÑO NUEVO
Por Marcela . M Cortés
En medio de la selva en un lejano lugar llamado Cuchincó, había una tribu de indios cuyo nombre era los Cuchungués. Ellos tenían la virtud de poder compartir de una manera maravillosa su amor y sentimiento fraterno.
Tanto se ayudaban entre ellos, que cada uno tenía su misión; unos hacían la comida con frutos del bosque y yuyos; estaban los curanderos, que estudiaban las plantas para sacarles la sabia y curar de males a la tribu; otros apaciguaban la tristeza de los indios con magia mediante el habla; otros organizaban ceremonias; los Anticolas hacían la ropa con pieles de animales; estaban los artisnus que fabricaban alhajas con caracolas, perlas, hojas secas, piedras preciosas y todo lo que podría servirles en el bosque y los educrchis que enseñaban los secretos del bosque a los chicos para que puedan defenderse de los animales depredadores. En general eran muy caritativos y trabajadores con el fin de cooperar en su propia Aldea.
Todos los años festejaban la ceremonia del Potlnt que era así:
Se reunía toda la tribu, cerraban los ojos y se enfrentaban en pares y al azar, es decir que con los ojos cerrados cada uno se encontraba con otro y una vez enfrentados Tapalcué el abuelito de la tribu, daba la orden para que comience el ritual, dando zapateos en la tierra, y revoloteando sus brazos y manos como si en cualquier momento saliera a volar por ahí.
Milú uno de los más pequeños de los indiecitos, abrió sus ojos y de casualidad (aunque yo no creo en las casualidades) tenía justo en frente de él a Tapalcué.
El era muuuuuy anciano, encorvado con ojos achinados (porque ya no veía bien), el pelo blanco por el devenir de los años y una velluda barba que le llegaba hasta el piso, usaba una túnica marrón muy larga y estaba descalzo, con los pies cansados de tanto andar…
Siempre tenía algo nuevo para enseñar, ese día sorprendió a Milú…
Milú lo miraba con admiración, y Tapalcué a Milú con una dulce sonrisa. El indiecito le dió un collar hecho con ramitas secas, el viejo hombre extendió su enorme mano cerrada hacia Milú, y al abrirla no tenía nada…
El niño sólo ve una negra mano vacía extendida hacia él y sintiéndose burlado, apabullado por tanta incomprensión, lo miró sin poder entender cual era el motivo por el cual nada le estaba dando.
Con tristeza y lentamente Milú fue tomando ese aire ofrecido. Al terminar la ceremonia fue llamado al fogón, se sentó y sus amigos le mostraron sus propios regalos. Milú sin poder entender, contempló al anciano hombre por un momento y le preguntó con lágrimas en los ojos:
- Pero no comprendo, todos tienen sus regalos…
¿Y yo?…
Secándole las lágrimas con toda la ternura del universo le dice:
-Mi querido…aún no entiendes lo que yo te he dado, lo más preciado por todos, lo más importante para vivir, de aquello de lo que nos alimentamos día a día, te dí el DON de imaginar el regalo que desees, sé que tu deseas amor, pues aquí lo tienes, ya que un regalo no vale por lo que es en sí mismo, sino por lo que representa en el momento en que es dado.
A Milú le brillaban los ojos, no sabía que hacer con tanto, por un momento un cálido abrazo en su espalda lo envolvió, jamás se había sentido tan protegido siendo su alma reflejada en sus mejillas coloradas.
Así fue como en cada ceremonia, el niño comenzó a repetir la acción del Gran Maestro. Con los años se hizo hombre y pudo enseñar a todos el valor de ese DON, de aquello que no se ve con los ojos, pero que se siente en el alma, con un abrazo, una mirada, una mano tendida. Es decir NADA, para el que NO puede verlo, pero MUCHO para el que tiene el Don de poder comprenderlo.
Tanto se ayudaban entre ellos, que cada uno tenía su misión; unos hacían la comida con frutos del bosque y yuyos; estaban los curanderos, que estudiaban las plantas para sacarles la sabia y curar de males a la tribu; otros apaciguaban la tristeza de los indios con magia mediante el habla; otros organizaban ceremonias; los Anticolas hacían la ropa con pieles de animales; estaban los artisnus que fabricaban alhajas con caracolas, perlas, hojas secas, piedras preciosas y todo lo que podría servirles en el bosque y los educrchis que enseñaban los secretos del bosque a los chicos para que puedan defenderse de los animales depredadores. En general eran muy caritativos y trabajadores con el fin de cooperar en su propia Aldea.
Todos los años festejaban la ceremonia del Potlnt que era así:
Se reunía toda la tribu, cerraban los ojos y se enfrentaban en pares y al azar, es decir que con los ojos cerrados cada uno se encontraba con otro y una vez enfrentados Tapalcué el abuelito de la tribu, daba la orden para que comience el ritual, dando zapateos en la tierra, y revoloteando sus brazos y manos como si en cualquier momento saliera a volar por ahí.
Milú uno de los más pequeños de los indiecitos, abrió sus ojos y de casualidad (aunque yo no creo en las casualidades) tenía justo en frente de él a Tapalcué.
El era muuuuuy anciano, encorvado con ojos achinados (porque ya no veía bien), el pelo blanco por el devenir de los años y una velluda barba que le llegaba hasta el piso, usaba una túnica marrón muy larga y estaba descalzo, con los pies cansados de tanto andar…
Siempre tenía algo nuevo para enseñar, ese día sorprendió a Milú…
Milú lo miraba con admiración, y Tapalcué a Milú con una dulce sonrisa. El indiecito le dió un collar hecho con ramitas secas, el viejo hombre extendió su enorme mano cerrada hacia Milú, y al abrirla no tenía nada…
El niño sólo ve una negra mano vacía extendida hacia él y sintiéndose burlado, apabullado por tanta incomprensión, lo miró sin poder entender cual era el motivo por el cual nada le estaba dando.
Con tristeza y lentamente Milú fue tomando ese aire ofrecido. Al terminar la ceremonia fue llamado al fogón, se sentó y sus amigos le mostraron sus propios regalos. Milú sin poder entender, contempló al anciano hombre por un momento y le preguntó con lágrimas en los ojos:
- Pero no comprendo, todos tienen sus regalos…
¿Y yo?…
Secándole las lágrimas con toda la ternura del universo le dice:
-Mi querido…aún no entiendes lo que yo te he dado, lo más preciado por todos, lo más importante para vivir, de aquello de lo que nos alimentamos día a día, te dí el DON de imaginar el regalo que desees, sé que tu deseas amor, pues aquí lo tienes, ya que un regalo no vale por lo que es en sí mismo, sino por lo que representa en el momento en que es dado.
A Milú le brillaban los ojos, no sabía que hacer con tanto, por un momento un cálido abrazo en su espalda lo envolvió, jamás se había sentido tan protegido siendo su alma reflejada en sus mejillas coloradas.
Así fue como en cada ceremonia, el niño comenzó a repetir la acción del Gran Maestro. Con los años se hizo hombre y pudo enseñar a todos el valor de ese DON, de aquello que no se ve con los ojos, pero que se siente en el alma, con un abrazo, una mirada, una mano tendida. Es decir NADA, para el que NO puede verlo, pero MUCHO para el que tiene el Don de poder comprenderlo.
Comentarios