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Adherente de la Asociacion Argentina de Salud Mental.(AASM). Miembro del equipo de Salud Mental del Centro de Salud Comunitaria N°36. Hospital Dalmacio Velez Sarsfield. Ex-miembro del Consejo de los Derechos de las niñas, niños y adolescentes. Defensoria de niñ@s y adolescentes. Psicologa Clínica en consultorio Posgrado en Clínica Psicoanalítica. ICBA - EOL. Posgrado en Clínica psicoanalítica de niños y adolescentes. Fundación Espacio Analítico. Capital Zona Villa del Parque/ Villa Devoto/ Santa Rita/Monte Castro/Flores/Floresta/1° Junta/Caballito/Almagro. Movil para consultas: 155-606-5438.

sábado, 26 de enero de 2013

¿Por qué peleamos cuando peleamos?

Muchas veces, las discusiones más enardecidas surgen por temas sin importancia. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cuál es la pelea detrás de la pelea? Por Isabel Martinez de Campos. Ilustración de Maite Ortiz.

Martín llega a su casa después de un largo día de trabajo y prende la computadora. María está de acá para allá bañando a uno de los chicos al tiempo que ayuda al otro con la tarea. De repente, desde su computadora Martín grita: “María, ¿hay yogur en la heladera?”. María contesta furiosa: “¿Por qué no te fijás vos? ¿No ves que estoy bañando a los chicos?”. Él pregunta: “¿Qué te pasa? ¿Estás de mal humor”. Y María, cada vez más enojada, reacciona: “¿No ves que no registrás nada? ¿No te das cuenta de que estoy a mil y solo pensás en vos?”. De ahí en más, se produce una pelea que va en aumento y que partió de algo tan simple como una pregunta por un yogur.

Cuando en la vida cotidiana, y sobre todo en el marco de la convivencia, peleamos sin tregua por cosas que a la vista parecen insignificantes, en realidad estamos peleando por mucho más, aseguran los expertos. “Detrás de estas riñas hay siempre una demanda de amor”, explica la psicóloga de pareja Alicia de La Fuente.

Detalles de la convivencia, como que nos saque nuestra parte de la frazada cuando dormimos, deje por enésima vez las medias sucias de fútbol tiradas en el piso, nos haga esperar abajo quince minutos cuando arreglamos salir a comer juntos o se instale dos horas en el baño cuando tenemos que ir a trabajar, pueden convertirse en la punta del ovillo de una batalla campal que esconde, en el fondo, viejos rencores, recuerdos inconscientes de nuestra historia familiar, luchas de poder o hasta un pedido de atención y cuidado.

Pequeñas riñas de la vida conyugal

Las simples peleas resultan, a veces, pequeños diques tras los cuales se esconden grandes canales de enojo y frustración. “Solemos encontrar tras ellas la furia contenida por lo que el otro no es o no da, porque no quiere o no puede”, opina la licenciada Silvina Forbes, supervisora docente del equipo de Familia y Pareja del Centro Dos.

Frases tan presentes en estas disputas como “¿No te das cuenta de que no me registrás?”, “Te metés todo el tiempo con mi familia”, “Vos siempre con el mismo rollo”, “¿Ves que no cuidás las cosas?”, “Te importa más el trabajo que yo; los chicos que yo” suelen describir sentimientos profundos que vale la pena analizar, ya que enmascaran la necesidad de ser reconocidos, respetados, mirados y valorados por la pareja.

“Las discusiones pueden enmascarar la defensa de modelos familiares, valores culturales o luchas de poder. Así, por ejemplo, reprocharle al otro que está todo el tiempo hablando por celular o discutir acerca de quién se levanta a calmar al bebé a la madrugada pueden estar denunciando una lucha más profunda acerca de temas como cuál es la disponibilidad que un sujeto debe o quiere tener hacia su pareja o qué modelos familiares de ser padre o de ser madre están en juego para cada quien”, explica la licenciada Forbes.

Y en ese sentido, vale recordar que un simple intercambio de palabras puede traer toda la fuerza de la historia personal. Así, es común atribuir a lo que el otro dice intenciones y tonos que, en verdad, no son del interlocutor, sino que hunden sus raíces en otras escenas. “Tendemos a escuchar desde el lugar que nuestros padres nos han otorgado, como ser el que siempre armoniza, ser el peleador, el que va al frente. Acercarnos a una lectura de esos puntos de repetición donde algo queda fijado puede permitirnos hacer un trabajo que nos ayude a cambiar. Es interesante pensar, entonces, cuál es la posición en la que nos ubicamos al discutir. Alguien podrá decir, por ejemplo: “Siempre me termino callando” o “Ella no dice nada y yo me saco”, sugiere Silvina Forbes.

Pero esto no es todo. Según la especialista, en las discusiones muchas veces esperamos, sin darnos cuenta, que sea el otro quien cargue con la difícil tarea de resolver algún malestar propio.

“La intimidad de la pareja, por la proximidad que genera, es un escenario donde, amparándose en cualquier reclamo insignificante, se puede delegar en el otro la responsabilidad de las propias desventuras. Estar juntos no tiene por qué ser sinónimo de sacrificarse juntos, soportando por turnos la desazón ajena”, afirma Forbes.

El valor de hacerse cargo

¿Cuántas veces nos despertamos malhumorados, con ganas de descargar la bronca donde sea? ¿Cuántas otras nos levantamos irascibles, sensibles o callados, sin siquiera aguantarnos a nosotras mismas, pero en cuanto aparece un otro, que no se alinea con lo que sentimos, explota lo contenido y se genera la pelea?

“Las peleas o desencuentros que vivimos nos hacen visible la incomodidad de lo que sentimos. Pero lo más difícil es develar profunda y sinceramente qué sentimos, qué nos molesta en realidad. En general, las personas estamos más paradas en creer saber qué es lo que nos pasa, que en lo que pasa en realidad. Tenemos una idea, una sensación, una explicación racional, pero muchas veces esta dista muchísimo de lo que se activa en el sentir profundo”, explica Jorgelina Bruset, consultora, directora de Criando Encuentros, entidad que ayuda a familias a fomentar vínculos sanos.

Cuando no tenemos claridad emocional, ni tampoco una mirada sincera y profunda sobre nosotros mismos ni sobre nuestras capacidades e incapacidades emocionales, hacemos pedidos desplazados. “Son pedidos o peleas que no resuelven, no calman la necesidad y la angustia que sentimos, porque, en realidad, nos cuesta conectarnos con lo que necesitamos profundamente, nos cuesta verlo, y, entonces, nos ponemos en guardia, nos quedamos en la pelea, en el enojo, en el silencio, y lo usamos como refugio. Así no hay intercambio, no hay acuerdo”, resalta Jorgelina Bruset.

Para entenderlo, podemos aplicar un ejemplo de la vida diaria. Estuvimos todo el día corriendo: cumpleaños, compras, trabajo, tarea. Llegamos a casa agotadas al fin del día y llega nuestro marido de trabajar, también cansado de haber lidiado todo el día con sus asuntos y preocupaciones. Abre la puerta de casa, se sienta en el sillón, prende la TV, se relaja y pide: “Gorda, ¿me traés…?”. La catarata de pedidos y reclamos que empezamos a gritar es interminable, nos enojamos, nos peleamos, nos angustiamos. Él nos mira y piensa. “Si solo pedí un vaso de agua... No estuve en todo el día. ¿Qué le pasa?”. Y explota la pelea.

“En este caso, tan común en todas las parejas, lo ideal sería poder poner en palabras lo que nos pasa. Contarle lo agotadas, lo solas, lo ahogadas que nos sentimos en el día; que el trajín con los chicos es eterno y que cuando él llega necesitamos que solo nos diga: ‘¿En qué te puedo ayudar? ¿Como estuvo tu día? ¿Qué necesitas de mí?’. Explicarle que esas palabras mágicas nos cambiarían el día, el humor, bajarían automáticamente la demanda y la necesidad de descarga”, explica Bruset.

Para poder contarle al otro aquello que necesitamos y nos pasa, es necesario tener registro de lo que sentimos. Y esto solo se logra mirando para adentro, conectándonos con nuestro ser interior.

La aventura de buscar acuerdos

Por último, a la hora de discutir, es importante recordar que, como asegura Alicia de La Fuente: “Para pelearse se necesitan dos. ¿Por qué pelea la gente? Porque ambas partes quieren tener razón. Así no se llega a acuerdos. Jamás se puede conciliar desde posiciones fijas”.

Para poder acordar, es necesario escucharse, sacar el ego del medio, y abrirse al amor, a la vulnerabilidad, a la presencia del otro. “Es importante aceptar que el otro no es mío, y debemos alojarlo; entender que vivir con otro es aceptar lo imprevisto, no poder hacer siempre lo que yo quiero”, explica Janine Puget, reconocida psicoanalista francesa radicada en la Argentina, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y autora de varios libros sobre la pareja.

La especialista aclara que las cuestiones intrascendentes adquieren importancia cuando lo que se pone en juego es el ejercicio de poder en la relación. “Por eso, es importante recuperar el diálogo. De este modo, reconocemos que nuestro interlocutor es diferente de nosotros, que es válido que así sea. Cuando respetamos esa diferencia, nos damos cuenta de que no sabemos todo del otro, con lo que perdemos la ilusión de completitud, las certezas, pero abrimos nuestro ser al otro, para seguir conociéndonos en las distintas circunstancias de la vida”, afirma la licenciada Susana Seré, de la Fundación Familias y Parejas, docente de la maestría en Terapia Sistémico-Relacional de la UBA.

Los reproches surgen cuando no aceptamos las diferencias mutuas, y lo cual exige una madurez emocional y espiritual. “Cuando tenemos esas pequeñas riñas cotidianas, nos cuesta aceptar la presencia de nuestra pareja como diferente a nosotros. Esto suele generar reproches: ‘¿Por qué no hacés esto? ¿Por qué decidís esto si yo quiero decidir otra cosa?’. Las molestias pueden surgir por cualquier cosa, por algo que nos molesta de su manera de ser o su forma de pensar. Aceptar la diferencia es la clave del amor. Conectarse con el otro es escucharlo, intercambiar, no exigir ser iguales o pensar igual. Muchas parejas creen que llevarse bien es pensar lo mismo y, de alguna manera, anular las diferencias. La curiosidad en una pareja se mantiene viva cuando hacemos algo con esa diferencia inevitable que hay entre dos personas. Llevarse bien es saber que el otro es diferente y que esto es, precisamente, lo que da vitalidad a la relación. ¿Qué vuelve vital una relación? Que pase algo”, concluye Puget.

Claves para fortalecer la pareja

• Aceptar que la vida en común es enteramente responsabilidad de ambos. No esperar que el otro miembro de la pareja nos haga feliz. La propia felicidad depende de cada uno.

• Saber que no hay que resolver la vida de la otra persona, buscándole soluciones, dándole consejos y marcándole las pautas de cómo debe vivir.

• Aprender a escuchar. Para eso, hay que dejar lo que uno está haciendo, vaciarse de otros pensamientos que distraigan la atención e intentar colocarse en el lugar del otro, para entender cómo se siente.

• Aprender a dialogar. La opinión de cada uno, su forma de entender y de aprehender la realidad no son la verdad absoluta, sino solo la propia.

• Aprender a consensuar. Lo mío y lo tuyo han de ser tenidos en cuenta y debatidos para poder llegar a definir “lo nuestro”.

• Aprender a compartir. Darse el uno al otro: preguntar cómo se encuentra, qué le incomoda, qué quiere y desea.

• Aprender a pedir. Compartir la vulnerabilidad es la mejor muestra de amor, es abrir la intimidad al otro.

• Dedicar tiempo específico a la pareja.

• Compartir hobbies, tiempos lúdicos, fantasías e ilusiones, al igual que acompañarse en los momentos tristes, duros y penosos.

• Compartir la economía. Esto forma parte de la relación de pareja.

• Aprender a sacar lo positivo de los conflictos y las crisis, para conocer más de sí mismos, ver qué necesita cada uno y cuál es el dolor que suscita en la pareja. Que los conflictos sean trampolín de desarrollo y no de estancamiento que no lleva a ninguna parte. Hablar cuanto sea necesario, para que el problema no quede enquistado. No hay mayor desastre que el silencio.

• Mimar con orgullo a la pareja. El sexo, las caricias y el “te quiero” deben decirse; hay que explicitarlos. No valen los sobreentendidos.

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